SFC11
18/03/2014, 21:54
En esta casa tenemos por costumbre hacer acopio de cuantos vicios nos sirve en bandeja esta sociedad posmoderna y, quizás como causa, quizás como consecuencia de ello, vamos completando un variado conjunto de taras mentales. Por hacer un resumen utilizando una terminología científica, somos plenamente conscientes de que estamos como un cencerro. Y eso, qué duda cabe, se acentúa cuando está el Sevilla por medio. Así, somos capaces de encarar una cita como la del jueves haciendo gala de un equilibrio mental digno de todo elogio y escribir una previa pausada ([Only registered and activated users can see links]), explicando sucintamente la realidad que queremos poner de manifiesto. A ustedes también les pasará, imaginamos. Confiado en la victoria, atendiendo a los quehaceres diarios y llevando una existencia que cualquier persona que no le examine a fondo podría, incluso, tildar de ser humano normal. Pero entonces salta la chispa. Y lo hace de la manera más imprevisible. Un niño que porta una camiseta blanca y que, encima, tiene la misma estatura que el extremo de tu equipo, un cartel en la carretera que anuncia una ciudad de siete letras, darte cuenta de que tu jefe tiene cara de balón de reglamento o que te presenten a un tipo que se llama Paco, que tú caigas en lo mucho que se parece ese nombre a Pablo y tu mente se transporte al polígono San Pablo, de ahí a Antoñito y de ahí, inexorablemente, al gol de Marcos Vales. El motivo es lo de menos. Principalmente, porque no es motivo, sino excusa. Y una vez que eso ocurre, tragarte cuarenta resúmenes en Youtube, escuchar la narración de goles históricos y repasar la colección de tifos de Biris Norte, ya es todo uno. Incluso releer varios artículos de alguna bitácora sevillista. En ese momento, estimado lector, la rabia se apodera de cualquiera y el único plan que te parece razonable es que el cielo se funda con el infierno, provocar el apocalipsis y sodomizar a los siete ángeles con sus propias trompetas. O, como le ocurría a Woody Allen en la excelente Manhattan murder mistery, es escuchar demasiado a Wagner y entrarte ganas de invadir Polonia. En definitiva, has vuelto a perder la cabeza y, aunque no sepas muy bien cómo, ese proceso, esa montaña rusa de emociones, se repetirá infinidad de veces hasta que comience el encuentro. Un trastorno bipolar en toda regla. No tiene nada de malo. En PEX te entendemos y escribimos dos artículos para que te los leas en función de tu estado anímico.
Eso sí, lo que no vamos a hacer en ningún momento, por muchas idas y venidas emocionales que tengamos, es preocuparnos por aspectos técnicos. Resulta que de nuestros medios defensivos, uno tiene un esguince, otro tiene tarjetas, otro no tiene rodilla y el último no tiene ganas. Pues mire usted, muy bien. ¿Qué quiere que le diga? ¿Suspendemos el partido o algo? Nuestra forma de entender la película es que esto va mucho más allá de unos simples jugadores. Lo del jueves va por nosotros, por nuestros huevos, por nadie más. Así que si el lector desea estar informado de los otros aspectos, que busque dónde escriben, hablan o debaten los hombres de fútbol. Ya saben, así es como se han autodenominado en esta ciudad cuatro chuflas que sueltan sus paparruchas salpimentadas de filias y fobias. Eso se lo dejamos a ellos, aunque lo más redondo que hayan visto algunos sea la cara de su jefe, que parece un balón de reglamento.
De lo que sí queremos ocuparnos es de recalcar una serie de pequeños detalles que nos parecen importantes. Y que aplaudimos enérgicamente. Quizás el analista racional los considere nimios, pero allá él, que se pierde la satisfacción de vivir la vida como nosotros, siendo unos gitanos supersticiosos. Por tanto, disputar el encuentro como visitante con la que siempre debería ser nuestra indumentaria visitante, parece una perogrullada, pero no lo es para los que ya conocemos el paño. Así pues, en el Villamarín se juega de rojo, de rojo sangre a poder ser, porque es de la única manera de la que sabemos jugar lejos del barrio de Nervión. Además, todo el mundo sabe que la remontada es posible, huelga decirlo, pero ganar el domingo a un equipo mejor con una facilidad apabullante nunca viene mal. Bueno, el Valladolid no es que sea mejor que el Betis, es que es mucho mejor. Se trata de un dato objetivo. Concretamente, nueve puntos mejor. Otro detalle estimable es que el club haya decidido no entrenar en la avenida de la Palmera. Es lógico que ellos sí lo hicieran en el Ramón Sánchez-Pizjuán porque representaba una oportunidad única de visitar, sin agobios, el templo del fútbol sevillano. Pero a ver qué pintamos nosotros entrenando en su estadio. A un prostíbulo se va a follar, no a confraternizar con las camareras ni a recoger las mesas.
El último detalle es una obviedad. Las entradas, como no podía ser de otra forma, se han agotado para el jueves. Y porque daban 2.500, que si facilitasen más, más que se vendían. Pero claro, analizándolo fríamente, ¿cómo no iban a agotarse? ¿Qué íbamos a hacer? ¿Quedarnos en nuestra casa? Esos 2.500 llevarán en su pecho, en su garganta y en sus cojones el estado anímico de todos los que por distancia, trabajo o situación financiera no pueden acudir. Lo advertimos antes. Que no se equivoque nadie, esos 2.500, y el resto, son lo que fuimos, lo que somos y lo que seremos. Ni jugadores ni dirigentes, sólo nosotros. Aquí estamos, con el puño apretado, el cuchillo entre los dientes y el alma en la mano. Los que no tenemos nada que esconder, y mucho menos que temer. Bastante nos atenaza la cobardía ya en otros ámbitos de la vida como para trasladarlo también a lo futbolístico. Esta ciudad es nuestra, y aquí ya no queda sitio para los cobardes. Aquí estamos, mirando de frente a la gloria por venir y sabiendo que somos nosotros los que hacemos que orgullo sea la primera palabra que nos cruza la mente cuando vemos nuestro escudo. Aquí estamos, completamente seguros de que si el accidente de la ida se repite en la vuelta, seguiremos estando aquí. No esconderemos las camisetas, no nos quedaremos sin Internet, no bajaremos la mirada. Porque la supremacía no depende de un partido, y porque las señas de identidad no son volátiles. Aquí estamos, nosotros, los de siempre. Contando las horas para expulsar nuestros demonios y bramar venganza. Aquí estamos, enrabietados. Y vamos a por vosotros.
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Eso sí, lo que no vamos a hacer en ningún momento, por muchas idas y venidas emocionales que tengamos, es preocuparnos por aspectos técnicos. Resulta que de nuestros medios defensivos, uno tiene un esguince, otro tiene tarjetas, otro no tiene rodilla y el último no tiene ganas. Pues mire usted, muy bien. ¿Qué quiere que le diga? ¿Suspendemos el partido o algo? Nuestra forma de entender la película es que esto va mucho más allá de unos simples jugadores. Lo del jueves va por nosotros, por nuestros huevos, por nadie más. Así que si el lector desea estar informado de los otros aspectos, que busque dónde escriben, hablan o debaten los hombres de fútbol. Ya saben, así es como se han autodenominado en esta ciudad cuatro chuflas que sueltan sus paparruchas salpimentadas de filias y fobias. Eso se lo dejamos a ellos, aunque lo más redondo que hayan visto algunos sea la cara de su jefe, que parece un balón de reglamento.
De lo que sí queremos ocuparnos es de recalcar una serie de pequeños detalles que nos parecen importantes. Y que aplaudimos enérgicamente. Quizás el analista racional los considere nimios, pero allá él, que se pierde la satisfacción de vivir la vida como nosotros, siendo unos gitanos supersticiosos. Por tanto, disputar el encuentro como visitante con la que siempre debería ser nuestra indumentaria visitante, parece una perogrullada, pero no lo es para los que ya conocemos el paño. Así pues, en el Villamarín se juega de rojo, de rojo sangre a poder ser, porque es de la única manera de la que sabemos jugar lejos del barrio de Nervión. Además, todo el mundo sabe que la remontada es posible, huelga decirlo, pero ganar el domingo a un equipo mejor con una facilidad apabullante nunca viene mal. Bueno, el Valladolid no es que sea mejor que el Betis, es que es mucho mejor. Se trata de un dato objetivo. Concretamente, nueve puntos mejor. Otro detalle estimable es que el club haya decidido no entrenar en la avenida de la Palmera. Es lógico que ellos sí lo hicieran en el Ramón Sánchez-Pizjuán porque representaba una oportunidad única de visitar, sin agobios, el templo del fútbol sevillano. Pero a ver qué pintamos nosotros entrenando en su estadio. A un prostíbulo se va a follar, no a confraternizar con las camareras ni a recoger las mesas.
El último detalle es una obviedad. Las entradas, como no podía ser de otra forma, se han agotado para el jueves. Y porque daban 2.500, que si facilitasen más, más que se vendían. Pero claro, analizándolo fríamente, ¿cómo no iban a agotarse? ¿Qué íbamos a hacer? ¿Quedarnos en nuestra casa? Esos 2.500 llevarán en su pecho, en su garganta y en sus cojones el estado anímico de todos los que por distancia, trabajo o situación financiera no pueden acudir. Lo advertimos antes. Que no se equivoque nadie, esos 2.500, y el resto, son lo que fuimos, lo que somos y lo que seremos. Ni jugadores ni dirigentes, sólo nosotros. Aquí estamos, con el puño apretado, el cuchillo entre los dientes y el alma en la mano. Los que no tenemos nada que esconder, y mucho menos que temer. Bastante nos atenaza la cobardía ya en otros ámbitos de la vida como para trasladarlo también a lo futbolístico. Esta ciudad es nuestra, y aquí ya no queda sitio para los cobardes. Aquí estamos, mirando de frente a la gloria por venir y sabiendo que somos nosotros los que hacemos que orgullo sea la primera palabra que nos cruza la mente cuando vemos nuestro escudo. Aquí estamos, completamente seguros de que si el accidente de la ida se repite en la vuelta, seguiremos estando aquí. No esconderemos las camisetas, no nos quedaremos sin Internet, no bajaremos la mirada. Porque la supremacía no depende de un partido, y porque las señas de identidad no son volátiles. Aquí estamos, nosotros, los de siempre. Contando las horas para expulsar nuestros demonios y bramar venganza. Aquí estamos, enrabietados. Y vamos a por vosotros.
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