titojose54
24/11/2011, 14:05
Hasta que el 10 de diciembre se midan sobre la hierba del Bernabéu, el apetito de clásico se disimula en comparaciones con equipo interpuesto. De ahí el valor del lastimoso Dinamo de Zagreb, con su 6-2. Como escala para esa medición, cual encuesta antes de la realidad. Asimilable a aquel Viktoria Plzen que entró derrotado hace un mes al Camp Nou, con la sola intriga de cómo decidiría Messi llevarles hasta el minuto 90.
Si se alinean esos dos partidos de Liga de Campeones para ese enfrentamiento con equipo interpuesto, lo que sobresale es el hambre voraz de los merengues. En esa comparación y la que se puede realizar con el mismo club blanco de hace un año.
Está la contundencia de los tres goles en ocho minutos y los vendavales que, pese a la distancia y la rendición del Dinamo, se sucedieron después. Y en el otro extremo está el ejercicio de autocontemplación del Barcelona contra el Viktoria. Ensimismados en la estilización de la belleza del rondo. Con Messi insatisfecho con un gol que no procediera de la jugada de todos los tiempos. Terminó 2-0 aquello, y el Camp Nou se vació dejando atrás el olor de fiesta atropellada por la policía.
El club blanco, que se dejó el año pasado jirones de Liga en esquinas pequeñas, contra rivales que quiso mirar desde demasiado arriba, persigue ahora incluso presas escuálidas. Mourinho parece haber convencido a su tropa de que puede encontrar felicidad en piezas con más hueso que carne.
Quizá tenía razón Guardiola a principio de curso al mencionar el peligro opuesto de la barriga llena. Se repitieron mucho esas palabras. Y se asintió mucho al escucharlas. Como ante un inventor de vocablos. Aunque ya no estamos puramente en el momento de la invención, cuando nombrar era poseer. O dominar.
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Josep Mourinho.
Si se alinean esos dos partidos de Liga de Campeones para ese enfrentamiento con equipo interpuesto, lo que sobresale es el hambre voraz de los merengues. En esa comparación y la que se puede realizar con el mismo club blanco de hace un año.
Está la contundencia de los tres goles en ocho minutos y los vendavales que, pese a la distancia y la rendición del Dinamo, se sucedieron después. Y en el otro extremo está el ejercicio de autocontemplación del Barcelona contra el Viktoria. Ensimismados en la estilización de la belleza del rondo. Con Messi insatisfecho con un gol que no procediera de la jugada de todos los tiempos. Terminó 2-0 aquello, y el Camp Nou se vació dejando atrás el olor de fiesta atropellada por la policía.
El club blanco, que se dejó el año pasado jirones de Liga en esquinas pequeñas, contra rivales que quiso mirar desde demasiado arriba, persigue ahora incluso presas escuálidas. Mourinho parece haber convencido a su tropa de que puede encontrar felicidad en piezas con más hueso que carne.
Quizá tenía razón Guardiola a principio de curso al mencionar el peligro opuesto de la barriga llena. Se repitieron mucho esas palabras. Y se asintió mucho al escucharlas. Como ante un inventor de vocablos. Aunque ya no estamos puramente en el momento de la invención, cuando nombrar era poseer. O dominar.
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Josep Mourinho.