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Jackridem
31/05/2009, 11:51
La tanda de penaltis de la gloria y la sangre


Los grandes equipos, especialmente los pioneros o los que abrieron camino, se recuerdan para siempre por sus gestas. En Nacional de Medellín, que tal día como hay hace 20 años ganaba la Copa Libertadores, el primer título internacional del fútbol colombiano, es recordado, en cambio, por la muerte. Tres de sus jugadores fueron asesinados en circunstancias terribles, víctimas de la violencia inhumana que ha desgarrado a Colombia en las últimas dos décadas. El fútbol se convertía en testigo de un país que vivía bajo el fuego de las balas y estigmatizado por el narcotráfico.
La victoria de Nacional de Medellín fue algo glorioso. El fútbol colombiano, casi inexistente en el concierto internacional hasta entonces (su mayor motivo de orgullo era un empate de su equipo nacional contra la URSS), se reivindicaba ante el mundo con una final histórica frente al Olimpia de Paraguay. Tras ganar la vuelta de la semifinal frente al Danubio uruguayo por 6-0, en el equipo de ‘Pacho’ Maturana llegó a los penaltis en el partido de vuelta.


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Fue el día en que nació la leyenda de René Higuita. El portero marcó el quinto penalti de su equipo (empate a cuatro), e increíblemente paró los cuatro siguientes, dos a cada lado, poseído por alguna extraña fuerza que hacía de aquello un espectáculo inenarrable.
Cuando Leonel Álvarez (que jugaría con Higuita y Maturana en Valladolid) iba a lanzar el penalti que podía dar el histórico triunfo a su equipo, los comentaristas televisivos colombianos enloquecieron. “¡El gol más importante de nuestra vida!”, decía uno. “¡Viene un balón representante de la raza colombiana!”, arengaba el otro. Álvarez lanzó al palo derecho del portero rival y hacía enloquecer a la ciudad. Colombia, Medellín, se hacían visibles ante el mundo por un triunfo, no por sus las miserias que se escondían en sus cloacas.


Pero aquella tanda de penaltis, quién iba a imaginarlo, incluía tanto horror como gloria. Tres de los que lanzaron, Andrés Escobar, Albeiro Usuriaga y Felipe Pérez, no llegarían a ver ni el decimoquinto aniversario de aquella histórica victoria. Más de 30 balazos tuvieron la culpa.
El autogol del horror
Seis meses después de su momento más brillante, el fútbol colombiano caía preso de un país en el que la violencia se había convertido en cotidiana. El árbitro Álvaro Ortega era asesinado a tiros por lo que se presume que era una red de apuestas. El campeonato nacional quedaba suspendido aquel año, y los estelares verdes del Atlético Nacional de Medellín se pasaban sin jugar esa campaña.
Pero sería en 1994 cuando la leyenda del equipo empezaría a teñirse de sangre. El protagonista sería el glorioso Andrés Escobar, que se había anotado el famoso autogol frente a la selección de los Estados Unidos. 10 días después de regresar del campeonato, un hombre le increpó a la salida de la discoteca ‘El Indio’ de Medellín por aquella acción. Escobar respondió, y el tipo sacó una pistola y le clavó 12 balazos. Nunca se pudo demostrar judicialmente la relación del crimen con una red de apuestas, aunque siempre se sospechó.
Eran los primeros 90, los años de plomo en Medellín. El Cártel de la droga más famoso del mundo había impuesto la cultura de la muerte, y el asesinato era la primera causa de fallecimiento en la ciudad. Más de 300 asesinados por cada 100.000 habitantes hablan de la locura que vivía la ciudad. En un país tradicionalmente violento, Medellín triplicaba la tasa del resto de Colombia.


Felipe Pérez, que erró el sexto penalti de la histórica tanda, aparecía muerto un año después, agujereado a balazos. El defensor ya había pasado por la cárcel por esconder en su casa un arsenal de armas.
Albeiro Usuriaga no fallecería hasta años después, en 2004. Antes había hecho una buena carrera en Sudamérica. A finales de los 90 se había convertido en el ídolo de la grada del Independiente de Avellaneda argentino con sus goles.
‘El Palomo’, que así lo apodaban, conversaba con unos amigos en su ciudad natal, Cali, cuando dos tipos le pegaron 14 tiros con una nueve milímetros. Era el sello lacrado en sangre de un equipo marcado por la tragedia.
La cárcel, la droga y la muerte
Aunque ningún otro jugador de aquel histórico equipo ha muerto violentamente, otros han tenido problemas legales bastante graves, marcados sobre todo por la increíble influencia social de la mafia de la droga en el país. En 1991, el portero René Higuita visitaba en la cárcel de La Catedral al capo Pablo Escobar, del que se declaraba amigo. Años después, pasó más de medio año en la cárcel por mediar en el secuestro de la hija de un amigo. En 2004, cuando jugaba en Ecuador, dio positivo por cocaína.


Aquel Atlético Nacional de Medellín no es sino el gráfico ejemplo de una sociedad que vivió años de plomo y el fútbol, como parte de ella, no es ajeno. Al margen de los tres asesinatos relatados, otros nueve futbolistas o ex futbolistas colombianos fueron asesinados en los últimos 20 años en circunstancias nada claras. Quien más quien menos, todos en el fútbol colombiano han enterrado a un amigo y compañero.
Hoy se hace un homenaje a aquel equipo. Aunque en el recuerdo queden las balas y la sangre, el fútbol, y aquella borrachera de orgullo que salía de las manos de René Higuita el 31 de mayo de 1989, siempre prevalece.


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